domingo, 25 de septiembre de 2016

Cosas bien contadas (o más o menos)

Hubo un tiempo en que no me interesaba eso de las cosas bien contadas. Las cosas lógicas, exactas, perfectas, ¡esas eran un placer! ¿Bien contadas por bien contadas? No le veía valor. (Es cierto que en una época aún anterior me había gustado una especie de cosa bien contada, pero con cierta utilidad, como era la publicidad gráfica; las palabras que llaman la atención, la posición o color de los textos…; pero eso poco representa ahora).

Hoy me gustan mucho las biografías bien contadas o los relatos de lugares y costumbres. No voy a nombrar lo que leí porque no es mucho y porque, salvo algún caso, no es lo más representativo para citar del género. Por supuesto, a uno le gusta aquello contado por alguien que valora los mismos aspectos que uno valora. Porque sin ser la forma exacta (¿qué significaría eso de la “forma exacta” fuera de las ciencias?) hay varias formas de contar “bien” las cosas. Y el pensamiento del autor debe tener una sintonía con el propio para que nos guste.

De todo esto que vengo diciendo me di cuenta leyendo un libro y, al evocar otros ejemplos, para ver si era como yo pensaba, vino a mi mente uno nada “profesional”. Es decir que es un relato que no está escrito por un autor de habilidad conocida por su fama. No es la perfección en el orden, ni en la puntuación, ni en muchas otras cosas. Pero es muy pintoresco. Veo ahora, por cierto, que tampoco hace falta una especie de perfección literaria para que las cosas estén bien contadas. Así que es ideal para traerlo aquí, para ilustrar lo que estuve pensando. Porque, ¿de cuál de los miles de relatos y biografías bien escritas que hay en el mundo hablar? Ó: ¿Cómo hacer una selección de cinco, seis o veinte nombres representativos?

El que sigue es un relato tomado de unos textos, que alguna vez ya cité, sobre el jovencísimo pueblo argentino de Tolhuin. Y de un señor, pionero de la zona, que firma como Juan Kaikén. (Omití algunos puntos y aparte para comprimir un poco el texto).

Allá por 1990 yo tenía problemas de salud: podía quedar ciego. Tuve varias derivaciones a Bs. As., me hicieron varias operaciones, pero mi temor era perder la vista. Fue entonces cuando se me ocurrió instalar una radio en Tolhuin, para tener algo qué hacer.
Ya había cerrado la FM Comunitaria. Tolhuin estaba en silencio.
Un técnico de Río Grande me construyó artesanalmente un transmisor de 10 vatios.- Carlos Brea inició la ampliación de mi casilla en Leguizamón 340, y una buena tarde levanté la antena y salí al aire poniendo música.
Con mis modestos recursos compré dos minicomponentes doble cassettera con autoreversa, marca Philips AW 7404/00, digital. Usaba una bandeja mezcladora casera de tres canales, sin ecualizador.- La antena: una paragüita de ¼ de onda a 8 m. de altura, cable RG 8 U.
Pacientemente recurrí a mis amigos y conocidos y comencé a grabar en cassette de 90´ toda la música del momento, especialmente folclore y melódico.
Me limitaba a pasar música, pero un día me paró una vecina y me dijo: Está bien la música, pero, ¿cuándo van a hablar?...
Y un buen día hablé... no recuerdo que dije, me costó, pero hablé.
Sentí que no era fácil hablar y salí a buscar un locutor en Tolhuin. No lo encontré.- No había. Al fin di con el “Maqui” Barría, pero se negaba a usar el micrófono, ya que dijo era “disc joquey” pero no locutor.- Y durante un tiempo pasaba música pero no hablaba.
Al final aceptó leer comunicados, noticias y alguna publicidad de Grande o de Gobierno, pero no de Tolhuin, ya que el comercio se negó a pagar ningún espacio.
Un buen día, me paró una señora en la calle y me dijo:
--- ¿Usted es el de la Radio?...
--- Si señora.
--- Ponga boleros por la tarde.
--- Si señora-
Una mañana, me golpea la puerta un policía de uniforme y me dice:
--- ¿Usted es el de la radio?
--- Sí señor.
--- A la mañana ponga folclore... ¡folclore!
--- ¡Si, señor!
Esas fueron los primeros contactos con la gente que expresaba su opinión.
Con el “Maqui” de locutor, desde Río Grande yo grababa diariamente el noticiero local de Canal 13, y lo mandaba por Tecni Austral a Tolhuin, para pasarlo a la noche y al día siguiente. No tenía teléfono, Internet, ni TV.
Con el tiempo hubo otras exigencias, como que “repetía” la música, y es que salía caro comprar cassette nuevos.- Don Villordo me prestó unas grabaciones de tango, ya que le gustaba esa música.
En un viaje a Bs. As. pude comprar dos equipos Pioneer CT-M5R, con 10 horas de grabación, y reparar el transmisor que se quemó por golpes de corriente de la usina local, sin que hubiera compensación económica alguna. Es doloroso cuando nadie se hace responsable por el daño causado.
En 1992 dejó de funcionar la radio por razones de rentabilidad económica. Otras radios aparecieron al poco tiempo. Alfonsín me regaló un disco de madera con el emblema de la radio pintado a mano: una lechucita con los puntos cardinales, que aún conservo.
Adiós FM Tolhuin”.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Marechal, Dickens y Chesterton (II)

Dijimos que Dickens y Kierkegaard hablan de heroísmo cotidiano (por aquí). Dice Chesterton en la biografía de Dickens que llamar héroe a un personaje de una novela moderna es un vestigio, en la misma, del antiguo folklore o cuentos de hadas. Dickens hace personajes eternos. Hace mitología, dice Chesterton, con los personajes de la vida corriente. Crea deidades. Son personajes que trascienden los relatos y estarán siempre allí cuando los vayamos a buscar. Pero el mundo moderno no quiere deidades ni héroes. (A mí mismo me pareció exagerada la Inés, por ejemplo, de David Copperfield; ella y la relación con David). El mundo moderno no cree que eso sea posible. Y por no anhelarlo cae y se revuelca en el barro y no es feliz.

Dice Chesterton: “En una palabra: si los escritores modernos describen la vida en narraciones cortas, es porque sienten profundamente que la vida es, en sí, una historia extraordinariamente corta, y acaso ni siquiera verdadera. Pero en aquella literatura antigua, incluso en sus producciones cómicas (cierto, sobre todo, en éstas), ocurre justamente lo contrario. Sentimos los personajes como objetos fijos, sobre los que solo no es dable lanzar miradas furtivas, es decir, los sentimos como divinos”.

Y que haya dicho lo de las producciones cómicas me hace volver a pensar en el “humorismo angélico” de Marechal. Miren, si no, lo que dice Chesteron más tarde: “Esto es lo primero que hay que decir de Pickwick [Los papeles póstumos…] (…) Porque se trata aquí, primero y principal, de una historia sobrenatural: Mr. Pickwick era un hada (…) Mr. Pickwick no es propiamente un encantador, sino el príncipe encantado; es decir, es el vagabundo abstracto, errante de sorpresa en sorpresa: es el Ulises de la comedia; un ente, a medias hombre y a medias duende, lo bastante humano para errar y asombrarse, y , sin embargo, dotado de ese fatalismo alegre que es atributo de los seres inmortales (…)”

lunes, 5 de septiembre de 2016

El arte y el dolor

Alguna vez en este blog dijimos cosas de cuestionable valor bajo el provocativo título de “¿Es mejor la música de autores de izquierda?”.

Agarramos una carta de Leonardo Castellani a Leónidas Barletta y citamos eso de que “El ideal cristiano tiene en su fondo el mismo ‘pathos’ del ideal comunista, la existencia del dolor en el mundo”.

Y concluímos con propias palabras: “El pensamiento de izquierda parece tener una sensibilidad especial para el dolor. El ‘dolor’ incluye también la angustia existencial, la pregunta por el sentido, que todo hombre experimenta. Y eso es tema de muchas composiciones musicales, o se refleja en el tratamiento que se da a otros temas menores. Es por eso que el autor de izquierda puede lograr expresar cosas de manera tal que un cristiano puede llegar a encontrar en ello algunas coincidencias”.

Hoy, seis años después, leo un artículo del español Juan Manuel de Prada (vía Antonella Facello) y encuentro ideas geniales para seguir pensando en aquel viejo tema. Dice cosas como:

¿Cómo esa muchacha incapaz de completar correctamente una frase pudo componer canciones tan bellas y estremecedoras como Love is a Loosing Game o Back to Black? Porque Amy Winehouse había sido agraciada (o desgraciada) por el don del arte, por ese quod divinum al que se refiere Horacio, que sopla donde quiere; y que no suele enamorarse de personas atildaditas y morigeradas, sino más bien desastrosas y caóticas, por lo común habitadas (invadidas) por el dolor”.

O como:

“(…) el arte nace en estos territorios borrascosos en los que sólo las almas muy aguerridas son capaces de aventurarse. Para que prenda la llama del arte, hay que abrazarse al dolor y fundirse con él. Una vez fundido con el dolor, el artista puede hallar una luz divina que lo rescate, sane y recomponga; o, por el contrario, puede ser atrapado por una luz infernal que lo devore y aniquile (…)

Pero no hay arte verdadero sin esa ofrenda en la hoguera trágica del dolor; y todo intento de tomar un atajo es inútil. Para atreverse a arder en esa hoguera hay que ser, desde luego, un poco insensato, un poco loco; pues sólo los insensatos y los locos tienen cuajo para asomarse al abismo y dejar que la belleza les lance sus dentelladas feroces, que a veces matan”.

Impresionante.