domingo, 28 de diciembre de 2008

Algo de lo que fue y algo de lo que será

Otra vez nochebuena en Flores. Como antaño. Misa en San José y luego caminando en grupos hasta la casa donde seguimos la celebración. Esta vez no lo pude caminar, pero lo hicieron ella y los chicos, mientras yo llevaba el auto con los bártulos. Recuerdos...
Estoy planeando algunos viajes para el año que viene. Estuve mirando los mapas. Estoy conociendo acerca de la península de Crimea, hacia allí podría hacer un viaje con un guía ruso llamado León T. y conocer los tiempos de los emperadores Napoleón y Alejandro en la guerra que lleva el nombre de aquel lugar. Aún no me decido, porque también estuve mirando los mapas de la Comarca y el oeste de la Tierra Media al término de la Tercera Edad (un viaje que es una asignatura pendiente). Por otro lado, mi amigo Leopoldo me invitó hace tiempo a un viaje por una Argentina por él soñada, terrestre y celeste. Y cómo podría fallarle, si con él viví intensas aventuras (todo comenzó allá por Villa Crespo, una templada y riente mañana de otoño…).
La verdad es que hay muchos libros y muy atractivos en lista de espera. Hay una Ortodoxia, una Spe Salvi, etc. Y este año los de espiritualidad serán de María (como hace dos años fueron de la oración y el año pasado de la liturgia). Vayan como entrada unas palabras de Luis María Grignon de Montfort:

Un mundo hecho para el hombre peregrino, que es la tierra que habitamos; otro mundo para el hombre bienaventurado, que es el paraíso; mas para sí mismo, [Dios] ha hecho otro mundo y lo ha llamado María.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Tratando de vivir en Adviento (al pie mis deseos)

Vamos que se va el año y siempre lo mismo: muchas cosas para hacer. Para poder tener un espacio de recogimiento y oración en el Adviento hay que deshacerse de las tareas y actividades a empujones; dejamos una y aparece otra; cada una reclama su motivo de urgencia; parecen periodistas “movileros” luchando por colocar su micrófono y su pregunta al personaje famoso que interceptan al paso.
Tratando de generar momentos de oración, me acompañará en estos días un pequeño libro, “El secreto de María”, de Luis María Grignon de Montfort (regalo de mi esposa). Y Luis María me pide, lo primero, preparar la lectura del libro con Ave, maris Stella y Veni, Creator Spiritus. Así que los voy dejando, si me disculpan (debo hacerme un machete para esas dos).
Previendo la posibilidad de que no nos volvamos a “ver” antes de la fecha, quiero desearles una muy feliz Navidad.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Litúrgicas (VI)

Cerrando la idea de la entrada anterior.
El hombre moderno al que se le presenta frío el lenguaje de la liturgia, buscará con frecuencia “un refugio tonificante -a su parecer-, en las oraciones y prácticas devotas de un nivel espiritual considerablemente inferior al de las litúrgicas, pero que, para él, tienen la aparente y positiva ventaja de adaptarse a su complexión espiritual y a la de su tiempo”.
Estamos en nuestro perfecto derecho al orar en esta forma, y jamás la Iglesia tratará ni de impedirlo ni de limitarlo, sino más bien de fomentar el ejercicio de este derecho. En este género de oraciones vivimos nuestra vida propia y nos situamos -si vale la frase- cara a cara ante Dios”.
Sin embargo la comunidad litúrgica reza con fórmulas universales, que pueden ser adoptadas por todos sin violentar ni frenar su vida interior (contrario a lo que sucedería si se usaran palabras o fórmulas muy marcadas por las necesidades o idiosincrasia particulares). Por supuesto, aunque aquellas fórmulas universales pueden ser adoptadas, muchas veces se necesita el sacrificio de olvidarse de uno mismo. Pero hay ganancias. Vean este largo pero completo final.
En la vida de la liturgia -si vale la comparación- el alma aprende a moverse holgadamente dentro de un amplio y luminoso orbe, objetivo y espiritual, y adquiere, por decirlo así, esa libertad, ese señorío y nobleza de actitudes y de movimientos, merced al constante dominio y vigilancia sobre sí misma, que se obtiene, en el orden de las relaciones humanas y naturales, por el contacto con los demás hombres, por la convivencia con personas realmente educadas y por el trato con otros semejantes cuya conducta está regulada por una larga y tradicional costumbre de delicadeza y distinción sociales. El alma, además, va consiguiendo esa amplitud de sentimientos, esa serenidad y esa transparencia espirituales que dan la frecuentación, la familiaridad, si cabe la frase, con las grandes obras de arte.
Es decir, resumiendo: mediante la liturgia el alma consigue el gran estilo espiritual, cuyo valor y trascendencia nunca serán adecuadamente calculados.
(…) Al lado de la vida litúrgica y paralela a ella, debe cultivarse con todo esmero la vida de oración individual, por medio de la cual el alma expone libremente a Dios sus necesidades y sus íntimos anhelos, y se puede explayar espontáneamente dando rienda suelta a sus fervores, elevaciones y gustos puramente individuales. Precisamente, de esa vida se nutrirá la vida litúrgica y recibirá su calor y su matiz peculiar.
Si falta o fracasa la espontaneidad de esa vida de oración personal, entonces se convertirá la liturgia -con pésima suplantación- en forma exclusiva de vida espiritual, y bien pronto la veríamos marchitarse y degeneraren puro y mecánico formalismo exterior, frío y anémico.
Pero si, al contrario, desaparece y muere la vida litúrgica, y queda sola y desguarnecida la vida de oración particular, entonces, ya lo estamos viendo, la experiencia de todos los días se encarga de aleccionarnos crudamente y de vocear las desastrosas consecuencias de ese fenómeno…
(En el día de la Inmaculada Concepción de María).