jueves, 3 de abril de 2008

Historia de una lectura

El ejemplar lo recibí de regalo y tiene, entre tapas duras, cuatro novelas de Graham Greene. Además del sello de la librería en donde fue comprado, tenía otro de la sección de pediatría del Hospital Pirovano. Y escrito a mano, con lápiz negro, en una de las primeras hojas, la siguiente frase: “Las derrotas son pasajeras”. (Quizás un médico. Quizás el padre o la madre de algún paciente internado. Quizás un dueño aún anterior...)
Aunque tenía otros regalos previos pendientes, decidí leer una de las novelas y elegí la primera, llamada “The man within” y traducida como “Historia de una cobardía”, que parece ser también la primera escrita por el autor (“Apenas si hay tiempo para los clásicos”, me dije otra vez. Pero respecto a esta norma, que me guía en mis elecciones, suelo aflojarme a veces, porque lo creo conveniente. Y para hacer las excepciones tengo los regalos, como este).
Han leído sin duda alguna vez libros en que el lector anterior marcó pasajes. Este era uno de ellos; el dueño anterior marcaba con una cruz al margen. Han sin duda también alguna vez comparado lo que Uds. marcaban (si es que marcan) con lo que había marcado el lector anterior. Pues bien, en la elección de pasajes relevantes o preferidos yo estuve difiriendo del antiguo dueño del libro desde el inicio de la obra hasta que, en la página 133, coincidimos en esta cita:

Lo intentaré otra vez, lo intentaré otra vez -se prometió, acallando la burla que por sí mismo sentía-. No me importan (sic) cuantas veces vuelva a caer. Lo intentaré de nuevo siempre.

Al margen de la mala traducción o error gramatical, no parece novedosa o muy original la frase, pero en el contexto de la obra es fuerte porque es la respuesta a una situación anterior desesperanzada. Y así se refuerza el valor de una característica que es parte de la vida del cristiano y pecador.
Pero lo más interesante es que, después de investigar un rato, veo que este pasaje está muy a tono con la frase inicial escrita a mano sobre el libro. Porque la frase en cuestión, que parece ser de M. Kundera, se completa así: “Las derrotas son pasajeras, es la claudicación lo que las vuelve permanentes”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sobre las derrotas y la claudicación


A veces me pregunto ¿quién es más heroico ante Dios? ¿El que, con la gracia divina, no peca nunca? ¿O el que peca el lunes por la mañana, se confiesa el lunes por la tarde, vuelve a pecar el martes por la mañana, se confiesa el martes por la tarde, vuelve a pecar el miércoles por la mañana, y así un mes y otro, un año y otro?. Quizá, no lo sé, el segundo: pues en el primero se crea ya un hábito hacia el bien, mientras que en el segundo bastaría con que un día, un solo día, se desanimase, decidiese que es inútil seguir luchando, decidiese no confesarse una sola vez, para que todo se viniera abajo.

Sobre los subrayados

La última vez que me pasó eso fue con el Vía Crucis, de San Josemaría Escrivá. Una de las frases que el anterior propietario subrayó más fuerte fue cuando, estando ya Jesús en la Cruz, le dice al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Yo habría elegio muchas otras, así que siempre que lo rezo y leo la frase, me pregunto: "Este hombre, ¿subrayaría esto porque ya estaba muy mal, a punto de morirse, y necesitaba que Jesús le tranquilizase sobre su futuro inmediato?".

Juan Ignacio dijo...

Sobre las derrotas y la claudicación

Qué interesante forma de verlo. Aunque...

Aunque me gustaría desmenuzar la idea con más tiempo, porque me pregunto varias cosas.

Yo creo que una forma se acerca a la otra (la del habituado y la del persistente).

Ambos podrían ser sólo hábitos, el permanecer o el levantarse continuamente (y si por ser hábitos pierden mérito, ambas situación podrían perder mérito).

Otra cosa posible: por el primer hábito se podría llegar al segundo, de hecho, sería la meta del persistente llegar al hábito. Entonces no desestimar esa meta.

Pero todo esto si sólo fuera el hombre el "responsable".

Sabemos que no es tan así. Quien logra el hábito lo hace por gracia de Dios y es ella la que sostiene su hábito. Y quien se cae y levanta continuamente también se levanta, cada una y todas las veces que lo hace, por gracia de Dios. Así que, como siempre, el mérito no es nuestro.

El más heróico (o santo) entre los dos (entre el habituado y el persistente), será el que lo haga por amor, por ser feliz en cumplir la voluntad de Dios, por ser feliz por volver o estar en Su casa como un verdadero hijo menor o mayor, y no aquel cuyo hábito o persistencia sea un esfuerzo por algo que reclamará luego merecer.

(Perdón por el verso, lo he hecho largo).

Recuerdo a Santa Teresita de Lisieux que reflexionaba sobre aquello de que "más amará a quien más se le perdone". Que es cierto, pero ella, que se consideraba alejada (preservada) de muchos pecados por gracia de Dios, decía que amaba mucho no porque mucho se le había perdonado sino porque de mucho se la había preservado. (En "Historia de un alma", no recuerdo capítulo).

Anónimo dijo...

Querido Juan Ignacio:

He usado tu contestación para mi oración de la tarde, como si fueras un Doctor de la Iglesia.

Lo que más me ha hecho pensar es la importancia que das a la gracia y al amor a Dios. Cuando uno ha recibido cierta formación, tiende a dar demasiado papel a la propia voluntad, y sin olvidar lo otro, a veces lo pone en segundo plano: ahí empiezan los problemas. Tu contestación me ha hecho meditar mucho, y seguirá haciéndolo.

No se me había ocurrido pensar que uno que peca y se arrepiente y se confiesa y vuelve a pecar y a arrepentirse y a ... pudiera acabar haciéndolo por hábito. Creo que esa situación siempre es dramática, dolorosa, y por ello en riesgo de rendición. Pero, bien pensado, puede ser como lo planteas: el hábito del arrepentimiento, como el hábito de la virtud ("y, si por ser hábitos, pierden mérito, ..."), donde se pierda la tensión de la lucha, de volver a empezar.

Tampoco se me ocurrió nunca que se pudiera dar gracias a Dios por habernos preservado de tal o cual pecado, de una mala tendencia o de la otra. Y, realmente, así es como es: si todos tuviéramos inclinación por todos los pecados, sería algo insoportable. Nunca se me ocurrió dar gracias a Dios por todos los pecados por los que no me siento especialmente atraído.

Juan Ignacio dijo...

Que bueno lo que decís porque la necesidad de uno a veces no es la de otro. Reforcé la importancia de la gracia frente a la voluntad... pero esto no es buena idea para quien tiene floja voluntad, que quizás menosprecie el valor de ella, ¿no?